miércoles, enero 25, 2012

EL RÍO DE CARTUJA

"Si el río de Cartuja fuera de vino
cuántos borrachos hubiera por el camino."
(canción popular)


A mi madre

EL RÍO DE CARTUJA

De niña me enseñaste este romance.

Me enseñaste
a preñarme de azul en los olores
acuíferos de un río,
a tocarnos las manos,
a silbar las canciones olvidadas.

La vida, entonces, era un rosco
con aroma a verano y a canela,
un trocito
de abrazo en los sabores
de tus ollas inmensas.
Hoy, el río de Cartuja es tu morada,
y el eucalipto
donde escribo tu ausencia
un arco iris. Así tu reino
de los muertos está en mis manos
cada vez que modulo
tu nombre y te recuerdo
vagando por las lindes de este río
donde fuiste dichosa
una mañana eclipsada de agosto.




AGUA



Cubrirte de fuente,
ser agua que mana, fluir
por los acantilados breves
de toda la memoria.
Tocar
los cuatro elementos,
dispersarte,
sentirte árbol,
en la metamorfosis, rama,
tigre, barro, hoja, hormiga...
en este discurrir la vida,
sin principio, sin fin,
tan solo esfera
en una simple gota
de agua pura.


Isabel de Rueda

martes, enero 24, 2012

AZUL








AZUL

Dentro de mí hay un color azul, así tus ojos.
Un escriba
de luz como un orfebre rescatando
el hilo genealógico de un cuento
nacido del arrullo de otros cuentos,
donde tú,
asomas tu desnuda transparencia
y te deshaces
detrás de los recuerdos entre eslabones
de tus vidas pasadas que son mías.
Desentierro
el gen a toda nuestra estirpe y veo el hueco
de tus ojos azules
entre los pardos verdes del abismo

Isabel de Rueda












martes, enero 17, 2012

Visita a la tumba de Oscar Wilde




Pere Lachaise, una de las necrópolis más célebres del mundo y donde está enterrado Oscar Wilde 44 hectáreas situado en una de las colinas de París.


















Y sin embargo cada hombre mata lo que ama

Oscar Wilde










Acaso el día no fuera propicio pero yo me empeñé en visitar la tumba de quien era y sigue siendo para mí un escritor de culto.

Escritor que a su vez había fuertemente influenciado en otros sobresalientes y admirados literatos, como así Borges, Joyce o el mismísimo Lawrence Durres que tanto me fascinó con su Justine de El cuateto de Alejandría...


Así, que aprovechando esa corta estancia de unos días en casa de unos amigos músicos afincados en París, y desafiando el frío invernal de aquellas fechas- fue en enero- nos adentramos con gorros, abrigos, bufandas en el Pere Lachaise, uno de los más famosos y visitados cementerios del mundo.


Imposible sumergirse y no estremecerse al recorrer sus innumerables calles flanqueadas de árboles cuyas ramas desoladas por el frío recrudecía todo ese ambiente tenebroso y mortuorio, que anteriormente tanto gustara al movimiento romántico...


Recuerdo que para llegar a su tumba tuvimos antes que estudiar detenidamente un plano, donde, estupefacta, pude comprobar cuántos otros sublimes artístas, admirados poetas, músicos, escritores, pintores...reposaban para siempre en ese lugar de culto donde me encontraba.

No me lo podía creer, cientos de personajes famosos y no famosos descansaban en aquel enorme camposanto, así Edif Píaf, Jim Morrinsson, Marcel Proust, Moliere, Apoilenaire, Balzac, Modigliani, La Fontaine, Abelardo y Eloisa, Isadora Dunca etc. etc.



El cielo cubierto de nubes y la inquietante humedad del sitio no impedía ese andar y detenerse dejándose arrastrar sin más por esa extraña energía procedente, no sé ya si de los muchos muertos o de los muchos vivos que acudían a ese hermoso jardín de reposo.


Se sabe, que además de turistas o simples curiosos, las tumbas son visitadas por infinidad de admiradores, parisinos que a menudo acuden a este cementerio a rendir culto, pleitesía a muchos de estos célebres y reconocidos personajes que aquí yacen enterrados.


Después de un buen rato merodeando entre lápidas y epitafios, finalmente, y después de mucho andar, dimos con el lugar donde se encontraba la tumba de ese enigmático escritor que fue Oscar Wilde; poeta y dramaturgo irlandés que desde muy jovencilla me hiciera sentir la grandeza de la alta literatura.


En ese momento lamenté las prisas en el viaje y, aquel descuido imperdonable de haber dejado olvidado en casa un libro suyo, por ejemplo El retrato de Dorian Gray para leer aunque fuera un sólo fragmento de esta fascinantente novela. Fue extraña la sensación que tuve, pero lo que más recuerdo fue la turbación que sentí nada más acercarme a su tumba.


El monumento funerario, realizado por el escultor estadounidense Jacob Epstein y que representa a un ángel-demonio alado, se hallaba, al parecer, recientemente protegido por un frío y desagradable grueso muro de cristal. Muro bien "malage" que dirían en mi tierra y que impidió acercarnos como así hubiéramos deseado hacer mis amigos y yo.


Más tarde comprobé con estupor que el monumento acababa de ser restaurado por el gobierno irlandés, El muro de cristal lo acababan de instalar para impedir que los admiradores-as del escritor depositaran besos en la lápida como hasta el momento se venía haciendo.


Al igual que mis amigos me quedé, francamente horrorizada... al parecer, y según algunos técnicos, la huella del carmín de muchas de las mujeres que se acercaban a besar su tumba era culpable del deterioro que estaba sufriendo la piedra con la que estaba hecha tan hermoso monumento.

No sé cuánto de verdad o no hay en todo esto. Ni qué hubiera pensado Oscar Wilde de lo que yo considero una aberración. Lo que sí sé es y he de confesar, que al intentar acercarme a través del cristal sentí como una extraña turbación me rodeo las piernas, los brazos, la voz... sin saberlo, sentí algo así como si una oscura y llorosa sombra se hubiera instalado en aquel recién inagurado muro impidiéndonos disfrutar de ese momento de paz y sosiego al que uno aspira en lugares de culto y peregrinaje como ese.
Solo sé que a pocos segundos de encontrarme allí, por mi mente rodaron imágenes, pequeños flases que evocaron memorables pasajes de su obra, recuerdos de mi infancia o la infancia de mis mismas hijas al rememorar cuentos tan tiernos y lindos como El gigante egoísta o El príncipe feliz. También cómo no, vislumbré retazos de su vida tan gloriosa como desdichada...

Ahora después de un tiempo ya prudente, al recordar ese instante, ya no sé y pongo en cuestión, si pudo ser ese batir el frío -como pensamos en un primer momento- o ciertamente, esa terrible sensación de estar ante algo que había sido cruelmente profanado lo que hizo retroceder mis pasos para prontamente marcharnos de aquel sitio.

Una vez en casa, indagando y ya obsesionada con la idea pude encontrar por internet antiguas fotografías de la que fue su lápida antes de que fuera restaurada.
Entonces sí pude ver la diferencia. Una lápida flameante, llena de vida, color...aparecía ante mis ojos. Algo tan hermoso como ver las huellas de innumerables besos coronando su aura, elevando al artista, así sus dulces y entrañables cuentos elevaron en mí una nueva forma de sentir el mundo.

Isabel de Rueda