domingo, abril 20, 2014

Horquillas en la Ventana

Recién salido del horno, os presento mi nuevo libro; Horquillas en la ventana. Un libro donde la poesía y el flamenco se dan la mano. Lleva insertado ilustraciones de mi amigo Chencho Ríos Zocar, además de un precioso epílogo escrito también  por él.

El libro ha sido publicado por la editorial sevillana Los libros de Umsaloua. Aquí os dejo un adelanto del mismo.

A MODO DE INTRODUCCIÓN








:

    Horquillas en la ventana es un poemario de carácter intimista que nace desde la más absoluta introspección y nace fundamentalmente como un acto de amor.

   Un libro inspirado en ese hondo palpitar que es el flamenco y que pretende a su vez ser un pequeño homenaje a la tierra donde he nacido y me he criado, que es Jerez y que se extiende, como no podía ser menos, a las restantes provincias que conforman Andalucía.


   Se trata de una serie de pequeños poemas, que así, al modo del la pintura impresionista, recoge  pequeñas pinceladas, retazos de emociones vividas a través de esa genuina manifestación artística que es el flamenco y todo lo que éste engloba en su vertiente más profunda.

   Un libro que se ha ido gestando verso a verso, no como lo pudiera hacer una entendida o especialista en el flamenco, que no lo soy, sino desde el sobrecogimiento que este arte me produce.

   Sentir la cicatriz de una herida en un quejido, el desgarro de una seguirilla o el fulgor del martinete, tenebrosa región -como diría Caballero Bonald- premonitoria del vacío...es lo que ha provocado que no mis noches, sino mis versos se vistan de corinto, en alusión a  Luis de la Pica, en este libro que de cierta manera se aleja de mis anteriores libros, no tanto en su forma, aunque sí en el tema, acaso más localista pero que al igual pretende, como así mismo es el flamenco la trascendencia.

   No sé si este libro hubiera sido posible de yo no haber procedido de un barrio tan gitano, tan mestizo y emblemático como es el barrio de San Miguel.

   No sé si hubiera sido posible, de no haber jugado de niña en la Plazuela, de donde era oriunda mi madre, transitado sus calles, la humilde casa de vecinos donde mi abuela me colmaba de besos en las asiduas visitas semanales, allá en la calle Acebuche, en donde un patio de vecinos me mecía con su arcaico olor a especias. Sin el recuerdo del caliche en las paredes, sin el búcaro, sin mi abuela, sin las tradicionales zambombas, sin el cante espontáneo que se fraguaba en las fiestas, el baile imprevisto de algún vecino que de pronto perpetraba en mis ojos de niña.


                                                                     

Seguiriya    
                                                                                                                 
Pulsé
este soplo de lluvia con mis dedos
y calle abajo
la guitarra más adentro lloraba...

No era mío este solo empedrar silencios,                                        
no era mío este acorde de rejas,
ni este sobrio baile de tristeza y muerte.
No era mío, pero estaba
tan dentro de mí su boca,
su amarilla cárcel en aquel hondo
palpitar helechos,
                    estaba
su figura tan dentro de mí, su cuerpo,
su morena frente almacenada de pesares altos.





Solea 


Arrabales de luna
en las tinajas rotas de sus ojos,
en los lebrillos
de sus horas terribles,
                   donde el arco
de sus cejas negras,
el viento,
la cal y la manzana de su boca,
donde el agua
de las turbias fuentes habitan
en la techumbre de su sola
                            soledad
de arena.







                                   A Dolores Agujeta

Ojos


En la plazuela oscura de tus ojos,
he visto
la insondable estrella que te habita,
la emoción de los astros
en un espasmo trágico de lluvia.
               He visto
la silueta confusa de cien niñas,
el clandestino miedo.

En la plazuela oscura de tus ojos
he visto
el sopor de la fragua,
                   el martinete.




                                                Es cierto que en el Sur tuve dulzuras
                                                                (Concha lago)
                                    

Del tiempo


Me busco en la cañada de una foto,
en el cerro olvidado de un mapa
que habita la memoria de los signos.

Transito,
diviso sus perfiles,
veo a la niña,
                   siento
el musgo en los recodos
ligeros de una calle
                          ya sombría.
Veo a la abuela,
el patio de vecinos, esa reja
                    y me detengo
detrás de la muralla,
entre las frescas parras de aquel atrio.

El tiempo, entonces, ya no es tiempo...

Son jazmines las horas,
son campanas trocadas, acebuches
adoquines dormidos en el radio
celeste de algún hule.
                       Delantales
de búcaros y lunas.

El tiempo, ya no es tiempo donde abrazo
tu nombre en un maullido
                                   tristísimo de ausencia.                                          






Isabel de Rueda