viernes, marzo 14, 2014

Domingo F. Faílde In Memoriam

                                                       DOMINGO F. FAÍLDE

                              RECORDANDO AL POETA, RECORDANDO AL AMIGO

 Conocí a Domingo F. Faílde allá por el 2006 de la mano de la que fuera su última e inseparable compañera, amiga en este transitar poesía que es Dolors Alberola. 

Recuerdo que me impresionó sus maneras, su porte elegante y ese profundo acento machadiano que envolvía  sus gestos.




    El amor le había arrastrado a la ciudad del vino dejando atrás  Algeciras, y con ello, todo un largo camino de afectos y desencuentros.  

El amor lo había salvado, no se cansaba de repetirlo, así como que la poesía era un mal que bellamente se había instalado en su cuerpo, un virus, decía, una enfermedad que él mismo asumía y lidiaba sintiendo los envites de sus flechas,  las cornadas que apuntan en el espejo de tu propio yo, y van a dar al blanco mismo de tu centro.

Así pronto abrazamos el comienzo de una gran amistad. Poco a poco intercambiamos risas, anduvimos por nocturnas playas la poesía,desvelamos gestos, confidencias...

 Felices de ser  testigos de su boda fue que celebramos hartos solsticio;  Eros, Virgilio, Prometeo…-no sé por qué, nunca  equinoccios-




Y Así celebramos la Boda... 

Una boda de poetas como lo fue ésta es algo inefable, difícil describir…

Recuerdo a mi hija Lucía, tan joven, en esa ondulada ofrenda, ese rito de las  alas de Isis derramando nuevos versos a los novios…esos novios poetas que consagraban su amor y lo hacían invocando al Parnaso de ese templo que para ellos, indudablemente es la Poesía.   











                               
Acaso, también soñó con ser cantante de rock 



 Y con todo ello, la implicación. Los afectos anudados en esa vocación grupal de románticos viajeros en el que nos habíamos convertido. 

La palabra crisis no se escuchaba por aquel entonces, de ese modo,  me recuerdo, armando y desarmando maletas. La música, la poesía, nuestra afición al arte… 
emprendiendo e ideando numerosos viajes.  

 Recorriendo cañadas, 
viejos vestigios,  pueblos, castillos,
almenas,… 
increíbles y soñadas ciudades. 
Así que nos fuimos poco a poco conociendo.






        
El Señor Fabiani, uno de sus heterónimos
Adentrándonos más los unos a los otros, desvelándonos aún más en nuestras grandezas y miserias…como si de un cadáver exquisito se tratara, adentrándonos  en ese largo abismo que ciertamente nos habita. 





  He de confesar que de él aprendí mucho más que en los libros.  Humilde, generoso, gran conocedor de la literatura española, siempre locuaz, anárquico de corazón.  Su  vasta erudición grecolatina le llevaba, la más de las veces, a dejarnos atónitos, boquiabiertos, oyéndole  recitar como a nadie, hermosos  fragmentos de la Eneida, por supuesto, en latín, lengua muerta que él hacia resucitar para gozo y deleite nuestro.



 Probablemente las casualidades nos existan. Y que él, ellos, entraran  así  en mi vida, en nuestras vidas, acaso  tuviera su razón de ser.

Lo cierto es que  después de una larga y cansada  pausa por los que  anduvimos  por un largo  tiempo distanciados… la divinidad, acaso la intuición quiso que un día, José Mari y yo,  le fuéramos a visitar la noche antes de que el poeta  entrara en ese inducido coma, del que luego nunca  más  lograra despertar.






Sólo decir de esa noche que llovía. Un fuerte viento invernal asolaba el espacio. No obstante, todo fue relativamente hermoso...Nos saludamos, con fuerte gesto contenido nos gastamos alguna que otra  broma, evocamos  instantes, pequeños pasajes ya vividos, nos dijimos un hasta luego, que como un sello quedará grabado en la  memoria.


                                    



 Domingo F. Faílde, ha muerto pero no en nosotros. Allí, sentado en la sombra de ese árbol de celindo que arropó su infancia permanecerá  en todos los que un día  le admiramos y le quisimos.

 No ha muerto el caballero de la rosa, el señor Fabiani ni todos sus heterónimos porque su obra, y ésta es la grandeza de los grandes, tiene vida propia y ella ya se ha encargado de resucitarle.  






Este es un poema que nunca quise haber escrito.


Esta tarde las olas han dejado
en un folio el relieve
herido de algún templo,
las vestales de dunas,
allá en Baelo Claudia.
Ha dejado en un folio
la silueta herida de un ángel
y una rosa y una pluma,
el escudo
            de un árbol
ha pintado,
esa lágrima rota en un celindo,
donde nunca la sombra
donde siempre la luz.


Isabel de Rueda